por Damián Cabrera

como un enfermo de mal repugnante, huía del asco y la compasión.
Juan Bautista Rivarola Matto, Follaje en los ojos

Impresiones del avance de tendencias coloniales y capitalistas sobre el territorio están presentes de forma temática en obras inscriptas en la ascensión de la modernidad literaria en el Paraguay. A principios del siglo XX, cuando la hegemonía de una razón civilizatoria y acumuladora gestionaba con similares ademanes autoritarios el espacio y las fuerzas de trabajo, millones de hectáreas del bosque atlántico del Alto Paraná eran derribadas e incineradas. El daño medioambiental, los cambios en la apariencia y los sentidos del paisaje y la relación entre seres humanos y naturaleza aparecen transversalizados en dichas narrativas modernas por la explotación de cuerpos obreros orientados a producir dichas transformaciones. Fuerzas exhaustas y precarizadas se volvían, así, garantías de un excedente acumulable y deseable para el capital, pero conllevaban la capacidad de generar excesos amenazantes. Descriptos entonces apenas como algunos de los oscuros peligros de la selva, estos excesos pueden también aparecer como cifra maldita y espectralidad, como la asunción deforme de un retorno.
Rafael Barrett, que a inicios del siglo XX había conocido los yerbales en Paraguay, describió las condiciones de explotación de los trabajadores y sus consecuencias: “He visto que no se trabaja”, escribió, “que no se puede trabajar, porque los cuerpos están enfermos, porque las almas están enfermas”. Pero la dolencia a la que aludía no radicaba apenas en los patógenos a los que las condiciones paupérrimas de vida exponían, sino a la amenaza policial del yugo capitalista que castigaba con cárcel y tortura cualquier insubordinación: “¡Pobres almas con el ‘chucho’ del pánico”, exclamaría el autor, “para las cuales en la noche brilla siempre el cuchillo de los vivos, o palidece el fantasma de los difuntos!”.
Movilizada por el mismo sentido denuncialista que definió la obra de Barrett, la narrativa de Augusto Roa Bastos también inscribió señales sobre la destrucción medioambiental y la explotación de las fuerzas de trabajo. Con frecuencia, en sus textos situados en el Alto Paraná, sus personajes describen lesiones físicas, como si el énfasis en el aspecto maltrecho de los cuerpos de los trabajadores fuese un modo de insistir en la evidencia de la expoliación de la que eran sujetos bajo el yugo de las patronales. “Llegaba desgajado por las convulsiones de las fiebres, con los hombros y las paletas enllagados”, describía a de uno de sus personajes en la novela Hijo de Hombre.
Pero no es sino en la novela Follaje en los ojos: Los confinados del Alto Paraná, de José María Rivarola Matto, donde aparece un conjunto de enfermedades conocidas como Leishmaniasis, aludidas en el libro como “buba” (uno de los nombres comunes de la patología, que también es conocida en Paraguay como kuruvái, ai ka’aty, buba ka’aty o llaga; o úlcera tropical, según los médicos de mediados del siglo XX). En su enumeración de los males que acechan a quienes incursionan en los territorios selváticos, el autor menciona la “…buba, que tiene monstruosas víctimas, horriblemente llagadas; con las mucosas de la cara devoradas hasta la mutilación. Les espera una larga agonía putrefacta, la muerte como liberación”.
Estas imágenes cronísticas y ficcionales inscriptas bajo la forma literaria, y que ciertamente estaban presentes en los relatos orales, coincide con cierta documentación científica de la Leishmaniasis, y con otras formas de producción de información que podrían ser hiladas en una narrativa que ensaye enunciar la patología acaso como síntoma de una perturbación más compleja: relatos que operen como indicadores de efecto, las consecuencias de un modo de producción.
Alfredo Quiroz indaga en el archivo del Centro Cultural de la Facultad de Ciencias Médicas-Museo Hospital de Clínicas, ubicado en la antigua sede del Hospital de Clínicas del Barrio Varadero, en Asunción, donde encuentra un fondo relacionado con documentación y estudios científicos de casos de Leishmaniasis en humanos en Paraguay. Asimismo, en el Museo Nacional de Historia Natural, con sede en la Universidad Nacional de Asunción, realiza registros de animales taxidermizados: especies nativas huéspedes del patógeno zoonótico, un parásito que produce la enfermedad y que de ser endémica de entornos silvestres ha logrado adaptarse a ambientes urbanos, afectando fundamentalmente a animales domésticos; y, a través de estos, a humanos.
La procedencia y conformación de ambos expedientes científicos coincide temporalmente con la intensificación de un proceso de colonización en Paraguay, que supuso drásticas transformaciones ambientales y repartos territoriales asimétricos, que siguen representando las causas de profundos conflictos sociales en el país. Los casos que ilustra la obra de Alfredo Quiroz en esta confrontación y yuxtaposición de imágenes constituyen apenas uno de los síntomas de una patología abarcadora y de impacto mayor: acaso apenas una manifestación dramática de aquello que aparece en los escenarios de un afán acumulador capaz de producir excedentes incontrolables, y que bien podríamos llamar enfermedades coloniales y capitalistas.
Alfredo Quiroz dispone una junto a otra, una sobre otra, imágenes provenientes de ambos acervos, en una operación de montaje que, mediante la yuxtaposición, obra la aparición de relaciones evidentes en el discurso científico sobre las patologías, como si se tratara de una ilustración pedagógica. Pero la naturaleza oscura de sus materias, revestidas del carácter residual de los objetos historizados apropia el signo rarefacto de los documentos demasiado indóciles para las aspiraciones de objetividad científica o académica e instala un sentido de incorrección. En su capítulo La disposición de las cosas: desmontar el orden, del libro Cuando las imágenes toman posición, Georges Didi-Huberman describe el modo en que los montajes y desmontajes convocan la comparecencia de correspondencias:

Contrastes, rupturas, dispersiones. Pero todo se quiebra para que justamente pueda aparecer el espacio entre las cosas, su fondo común, la relación inadvertida que las adjunta a pesar de todo, aunque sea esa relación de distancia, de inversión, de crueldad, de sinsentido.

Estas imágenes producto del montaje, que serían exiliadas del canon normativo del discurso académico, formulan sobre todo la idea de una ausencia: el vacío de la notación, de la evidencia que en las correlaciones epidemiológicas nunca sería enunciada: el elemento antroponótico de las enfermedades coloniales.
Los procesos de integración global promovidos por la expansión del capitalismo han supuesto el encuentro con enfermedades que surgen en contextos de explotación y que, a su vez, operan como metáforas de las consecuencias de modos de producción y de poder. En su ensayo La enfermedad y sus metáforas Susan Sontag menciona los modos en que las enfermedades “tropicales” o provenientes del llamado Tercer Mundo también actúan como dispositivos coloniales de caracterización y subalternización de esas regiones. Pero, aunque existente, un uso político menor de la descripción metafórica de las enfermedades es su relación ya no con la procedencia o con las poblaciones a las que afecta primariamente, sino con los agentes económicos y políticos que las producen. Así como las autoridades coloniales, apoyadas en discursos medicalizantes, han instrumentalizado las enfermedades como una justificación moralizante para oprimir, a su vez, las enfermedades y epidemias, las poblaciones a las que afectan primariamente y los modos en que son gestionadas, permiten evidenciar situaciones de opresión.
Ciertamente, el escenario de cambio climático acelerado, de alteración de condiciones de sostenibilidad de ecosistemas, proviene de formas destructivas de producción que conllevan exposición a patógenos y que reconfigurarán por acción antropogénica nuestros modos de vinculación con aquello que llamamos la naturaleza. Pero ¿cómo ejercitar la mirada para el reconocimiento de las apariencias que dibujan el horizonte de posibilidad de este porvenir amenazante?
Georges Didi-Huberman discute la conformación de una mirada clínica presente en la noción de encuadre, a partir de ideas postuladas por Michel Foucault en El nacimiento de la clínica. Se daría en la fotografía clínica un acto de aproximación que administraría los “juegos del rasgo y juegos de la pose, acaso de la superficie de inscripción e imprevisibilidades irreductibles del gesto que va a fotografiarse, de la fisonomía del síntoma”. No obstante, el acto político del encuadre debería ser capaz de “pasar del síntoma constatado al existente encarado”, lo cual, para Didi-Huberman, supondría “un gesto de transgresión”. Quizás la transgresión que ensaya Alfredo Quiroz se hace sensible sobre todo como acto de indisciplina frente al pensamiento científico que no siempre parece considerar las condiciones ideológicas de producción de conocimiento en entornos epistemológicos de pretendida asepsia. El mapa que traza la suerte del patógeno zoonótico deberá ser completado con el de la patología económica y política que regula las vidas humanas y las vidas adyacentes, y que es la condición inherente de una historia de acumulación que anima a un mismo tiempo la atrocidad de los excesos.

Damián Cabrera
Asunción, agosto de 2023

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