La tajante indecisión

Titulada Heridas de vacilación, esta muestra de Alfredo Quiroz podría ser considerada como la tercera parte de una trilogía que incluye las dos anteriores exposiciones suyas: Hifas e Impromptu. Sin embargo, ninguna de éstas había sido pensada como momento de una serie formalmente planteada; ahora, las tres pueden ser vinculadas desde una mirada vuelta hacia atrás, que descubre al final del camino la permanencia de un espacio espectral, sacudido por las diferentes demandas de la memoria y los antojos inexplicables del deseo. Son fotografías en blanco y negro, que, referidas a la escena fundacional de los recuerdos, responden al movimiento musical de un impromptu aparentemente ajeno a tal escena. La música resuena en Hifas dislocando la referencia autobiográfica e impulsando a examinar microscópicamente las manchas inevitables de todo teatro familiar. Ambas situaciones reaparecen en la exposición actual. Reaparecen como lo hacen los diferentes momentos de una obra que regresan cambiados, se muestran solo parcialmente e ingresan por lados diferentes: alteran, pues, el contenido y el rumbo del libreto manteniendo los empujes de las etapas anteriores.
La escena donde se quiere y se muere es la misma donde se representan el desamor y el impulso vital. Es la propia del arte, que se desarrolla tensado, dislocado, entre la melancolía y el entusiasmo. Las fotografías que integran esta exposición fueron tomadas casi de un tirón, en la misma locación que luego sería espacio de la muestra. En los jardines y las habitaciones donde, como en todos los escenarios, aparecen y se retiran las figuras del amor y de la muerte. Todos los sitios humanos son lugares marcados, destinados a ser sede de un acontecimiento nunca resuelto, siempre pendiente.
La muestra tiene diferentes momentos, unidos entre sí como una la cinta de Moebius: todos discurren en el mismo plano y ninguno es el comienzo o el fin del conjunto, ni es parte o contraparte de los otros. Este texto solo se referirá a algunos de estos momentos.
En uno de ellos aparecen cuerpos fragmentados, rudamente expuestos; como si hubieran sido pintados, fotográficamente, con pinceladas brutales que los empujaran hasta más allá, no solo del decoro, sino de lo grotesco, o de la obscenidad misma. Son representaciones planas de muertos: desaparecidos, amados, olvidados o demasiado presentes siempre; en todos los casos son cuerpos desfigurados por la desesperación de quien intenta recuperarlos, aunque sea su afán tanto inútil como porfiado. Ese intento vano, pero insistente (creador de formas nuevas) conduce a los otros momentos, superpuestos o encimados al primero. En uno de ellos, los cuerpos, o sus partes (cabezas, rostros, manos), son comprimidos, forzados a entrar en el campo de la representación. Así, violentamente apretujados en el papel que los soporta, son guardados en recipientes de vidrio: en frascos de exhibición que los conservan a costa de deformarlos. Es el precio de la representación, que mutila o trastorna lo representado y redobla su juego fotografiando lo fotografiado.
En otras imágenes, la imagen de los cuerpos, impresa sobre sábanas, es apremiada en sus contornos y sus formas para que se adecue a las exigencias materiales de sus soportes: una cama y un sillón caseros, así como una camilla de hospital. Las sábanas son tendidas sobre los muebles, pero no alcanzan a coincidir con sus bordes; sobran o faltan, que tal es el destino de toda imagen; de todo empeño humano, en verdad. A veces los paños se deslizan dejando una parte de la estructura de apoyo en evidencia; a veces son estirados para adaptarse a las exigencias del montaje o a las del perímetro de un mueble determinado. En todo caso, la sábana es más que el bâti, el secreto fondo o encuadre fantasmático de la imagen: es el propio sostén material de la representación (que no debería aparecer) tanto como el tejido del soporte que se muestra como parte de la misma imagen. Sus pliegues, (tensión, fruncido, alisamiento) su laxitud y sus propios límites determinan el movimiento de los cuerpos fotografiados, que se deslizan, se contraen o se derraman siguiendo los antojos del tejido cuya acción debería permanecer oculta, entre bambalinas.
Pero el cuerpo sobresale como figura, como símbolo y metáfora y termina por imponer su presencia por sobre la del sostén que lo sustenta y disputa la escena. En los ambiguos dominios del arte contemporáneo, el cuerpo no se presenta sólo como tema o como modelo estético; como refugio secreto del sexo o la materia corruptible opuesta al espíritu. Irrumpe, sobre todo, como disparador de cuestiones y conceptos que rebasan los dualismos binarios, se involucran en los azares de la subjetividad y se conectan con las contingencias de la biodiversidad. El cuerpo es la sede del deseo, pero también el apoyo de la memoria resistente. Es el lugar del goce, ese placer ensombrecido por el horizonte de finitud que condiciona y legitima lo humano.
Por eso, en otro momento de esta serie, el cuerpo recupera casi enteramente sus fisionomías y sus formas y, se yergue apoyado, a falta de pies, en trípticos. El espacio de la representación conquista la tridimensionalidad y se reafirma como claro escenario clásico. El guiño a Velázquez permite el juego de espejos y composiciones canónicas, que se desarman pronto por la intrusión del cuerpo real recortado en la puerta vacía del fondo. El cuerpo “real” es pura imagen del cuerpo físico, la metáfora del artista que se cuela en el interior del cuadro. El lugar donde se ha montado esta escena es el mismo donde se exponen las fotografías. Son trucos de la memoria atribulada, que inventa figuras para encarnar sus fantasmas. Pero al ganar unas formas pierde otras: los cuerpos -los sujetos- nunca estarán completos, nunca serán autosuficientes. La pulsión de muerte traza el contorno de todo tablado y lo define como sede posible del acontecimiento. Esta fuerza es ineludible porque impulsa también el principio de vida; por eso dice Cesare Pavese “El suicidio no existe, la muerte es destino”.
El título de esta muestra, Heridas de vacilación, toma el nombre técnico de una figura de la medicina forense referida a las lesiones dejadas por un intento de suicidio. Un intento indeciso, dudoso, ante el destino. En el plano del arte, como quizá en el ámbito de lo humano en general, el destino nunca es tal mientras no tenga fecha marcada; mientras pueda, quizá, ser aplazado por una duda vacilante y radical.

Ticio Escobar
Marzo, 2023.

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