Las obras que componen esta serie se inician hace tres años atrás, con bocetos, algunas pinturas inciadas, que posteriormente las abandoné, y otras (aparentemente) finalizadas. Muchas de ellas quedaron aisladas en su genesis, quizas porque no encontraban lugar donde ubicarse, otras sufrieron cambios radicales y muchas de ellas estuvieron unidos por un nexo común que es el espacio interior de la casa, el espacio del hogar o doméstico. Entendemos por “hogar” (en latin. domus; de allí “doméstico”) la práctica del lugar. El hogar no solo se enmarca como un espacio geométrico sino como mi espacio “antropológico”. Con el tiempo fuí construyendo y uniendo estas obras a la par de mis experiencias familiares y de mi proceso de análisis (personal), no solo desde su contenido, sino tambien desde el vocabulario que utilice y el tono elegido. No puedo definir si estas obras las realice desde la carencia o la necesidad, o desde ambas. No se realmente si importa eso.
La construcción de la narrativa visual parte de situaciones aparentemente imposibles, enigmaticas o inventadas que revelan de alguna manera la complejidad, las tensiones y ambigüedades de las relaciones en el seno de mi estructura familiar.
Porque buscar lo singular?
Lo universal remite a “todos”, lo particular refiere a aquello que se comparte con “algunos”, en cambio lo singular es sin extensión. Lo singular remite a lo que alguien tiene de imposible e incomparable de agrupar. Aquello que no se parece a nada, ni a nadie, no se puede clasificar.
Puede acaso, manifestarse lo singular como un feliz azar mientras construyo estas narrativas visuales?
Porque estas pinturas siguen teniendo una atmosfera grave y un aire de ominoso?
Probablemente porque estos elementos me sirven mejor que lo bello, para hablar de mi mundo hoy. Y en este proceso de construcción (hablada y sexuada), hoy transito por ese agujero de lo singular, sabiendo que me encontraré con lo incurable, lo que no va a cambiar a mi gusto, ni desaparecer pero que finalmente hace que el sentido circule.