1.masculino. Composición musical que improvisa el ejecutante y, por extensión, la que se compone sin plan reconcebido.

“(…) Avanzando en estas ideas, pensé que, si podía insuflar vida en la materia muerta, quizá podría, con el correr del tiempo (aunque en aquel momento me parecía imposible), renovar la vida donde la muerte aparentemente había entregado a los cuerpos a la corrupción (…).
Viktor Frankenstein, por Mary Shelley, 1818.

Dijo que despertó de un sueño donde vio a su padre a cuerpo entero. Un sueño que le llevó días, durante meses, y una noche muy larga para despertar. Que sus ojos, encimados de años, cansados, perdidos, dejaron de mirarlo delante y se convirtieron en un adentro. En el despertar dijo que se le había caído algo ¿Qué dijo? ¿Qué era? Un espejo; no. Una aguja; no. Una hoja metálica resplandeciente; no. Una botella. No. Una libreta; no. O, ¿sí? Una ficha sobrescrita de vestigios. Ah, sí; una ficha sobrescrita de vestigios.
No lo dijo, pero diseñó una medida de tiempo, de su particular tiempo. De un particular tiempo. E hizo a su única manecilla, legada manecilla, moverse como un irregular péndulo marcando instantes de vida. Instantes de vida que cree que ya no los tiene, o que los tiene menos, o que sabe que ya nos los tendrá. In longo infantiae momento pater incunabula filiolum facit et la mère peut se reposer dans le ventre de cristal.
Y se ha puesto a sobrescribir una memoria sobre lo que el adentro le ha mostrado, sobre las huellas que ha recordado. Él entiende que es un relato; no lo dice pero es su relato. No lo piensas, pero detrás de las máscaras es también tu relato. El viejo relato de la vida y la muerte pero para quien –él lo sabe- aún no ha despedido para siempre.
Usa hilos (esto no lo dijo, pues lo tiene demasiado aprendido) porque necesita que la vida siga anudada tal como la conoce. Usa piel, porque humanamente necesita dibujar los recuerdos que ha modelado la infancia, la adolescencia y la adultez sobre la herencia que ha recibido.
Y usa la belleza y un pequeño gran conjuro de amor ante el miedo de lo que llega a continuación de la caída de las últimas partículas de flores del jarrón. Esto, tengo que decirlo, no lo he escuchado decir.

Y dime Prometeo ¿para quién tus manos robarán esta vez el fuego?

Ana Barreto Valinotti, abril y 2022